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Dicotomía Vuitton

Actualizado: 31 may 2018

Louis Vuitton me genera sensaciones ambiguas. Me encanta. Quiero tener la mochila, la neverfull y todo lo que hace Nicolas Ghesquière me parece fascinante. Sueño con llegar al aeropuerto con mis maletas llenas de monogramas. Me encanta entrar a la tienda del Parque Arauco porque me transporta a Paris. Pero, algo me pasa con la marca que me genera una especie de rechazo. Solo tengo un pañuelo negro increíble, que uso prácticamente todos los días de abril a septiembre, y que no se nota tanto qué marca es.


No sé si es la excesiva falsificación, o las mujeres que siento que no tienen nada que ver con mi onda y que son full clientas. Siento que Vuitton es la puerta de acceso al club de toda new rich. Y me cargan esos personajes.


Hecha esta salvedad, confieso que la colección crucero me dejó sin palabras. Amé todas las chaquetas y los abrigos, y esos cuellos futuristas que pueden transformar una tenida. Los accesorios también me gustaron, a excepción de las botas no aptas para mujeres bajas y potonas y esas zapatillas inponibles que insisten en poner de moda.


La sastrería es maravillosa, y también los estampados. La colaboración con Grace Coddington -ex directora creativa de Vogue- para los accesorios fue una jugada maestra. Yo estuve cuando ella presentó su libro en la tienda de Calvin Klein en NY y fui testigo de lo que genera. Es como un Midas de la moda, todo lo que toca lo convierte en oro. Y aunque Vuitton no necesita una ayuda externa, los impulsos adicionales nunca sobran. Sobre todo en momentos en los que las #catlovers brotan de suelo, y se multiplican por montones.


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