Por lo general todas las grandes aventuras comienzan con un poco de miedo, y esta no fue la excepción. Nunca había estado en un país árabe y tenía algunas aprehensiones. Me tenía preocupada la entrada a Dubai. ¿Y si no me dejan pasar? ¿Y si me hacen mil preguntas porque no les gusta mi apellido? ¿Y si me interrogan en un cuarto cerrado? No lo comenté, pero viajé un poco intranquila.
El trámite en migraciones fue absolutamente expedito, y no creo que haya sido porque tenía el fast pass por volar en Business Class de Emirates, sino porque todos son bienvenidos. Al menos yo me sentí así.
El 95% de la población permanente de Dubai es extranjera (la gran mayoría proviene de India). A pesar de eso, es impresionante estar en cualquier lado y ver a muchísimas mujeres tapadas de los pies a la cabeza. Solamente dejan ver sus ojos, que están full maquillados, los zapatos y las carteras. El resto es un misterio. Me sorprendió encontrar esa contradicción de manera tan recurrente. No pueden mostrar nada, pero aman la moda, y la consumen por millones.
Chanel, Dior, Louis Vuitton, Off White, Salar, Valentino, Gucci. La marca que se les ocurra va colgada al hombro, o en los pies. Vitrinean igual que nosotras, se sacan selfies, se reúnen a comer para celebrar a una amiga de cumpleaños en el Palazzo Versace (se sentaron al frente mío y fue un espectáculo inesperado) y no están –o no se ven- castradas ni sometidas ni nada de lo que yo creía. De hecho aquí hay tres ministras, y una de ellas –la Ministra de la Felicidad- es la más joven del mundo. Sí, hay un ministerio de la felicidad.
Las mujeres en Dubai no son muy distintas a las que conozco. Trabajan, estudian, compran en la liquidación de Balmain como si el mundo se fuera a acabar y carretean más que yo (aunque eso no es difícil). De hecho los martes en la gran mayoría de los bares acá es ladies night.
Hice unas cuantas fotos de street style de mujeres musulmanas con unos accesorios de alto impacto. Más allá del aspecto turístico de este viaje que es realmente increíble, esta experiencia me ha servido para derribar varios mitos que existían en mi cabeza, como el miedo del aeropuerto, que ahora me parece absurdo.
En el desierto le pedí a un guía emiratí que me pusiera mi pañuelo animal print como si fuese un hijab, y después de eso fui a hacerme un tatuaje de henna. Las tres mujeres que pintaban las manos de los turistas comenzaron a mirarme, a hablar entre ellas y a reírse. Les pregunté si me veía graciosa y me dijeron que sí, porque como encima andaba con túnica negra parecía musulmana. No de Dubai, sino siriolibanesa por los colores de mi piel y los ojos claros.
Conversamos un rato y le dije a la que parecía más desenvuelta si podía enseñarme a ponerme sola el pañuelo. Me sacó el animal print, y me hizo una clase paso a paso muy parecida a la que me hicieron en la tienda Hermès de Santiago la semana pasada, solo que en el desierto del Sahara. Al terminar le pregunté con mucho respeto si podíamos sacarnos una foto juntas: “Sure, a selfie? Give me your pone, i´ll take it”. Miramos a la cámara de mi IphoneX que ella manipuló sin hacerme preguntas y apretó el botón tres veces, porque salíamos un poco oscuras.
Se llama Sahira, nació en Dubai, trabaja en la empresa que organiza los tours al desierto para pasajeros de Emirates y no tiene instagram.
Y hoy en la playa La Mer, uno de los nuevos atractivos turísticos de la ciudad, me puse a mirar a un niñito precioso. Le sonreí, las mujeres con burka que lo acompañaban me miraron y me devolvieron la sonrisa. Les conté que venía de Chile, que nunca había estado en un país árabe y les pregunté si podíamos sacarnos una foto. Una dijo que no y se corrió unos pasos al costado, y las otras dos posaron sin problema.
Mientras se alejaban por la costanera caminando con sus carteras Vuitton (tenían distintos modelos pero todas la misma marca) empecé a pensar en los prejuicios que tenía sobre las mujeres musulmanas. Y me sentí feliz y agradecida por la posibilidad de este viaje.
Dubai es una ciudad nueva. Moderna, futurista, limpia y absolutamente segura. Las mujeres y los hombres que ví son respetuosos con el turista, no se espantan al ver una mujer en shorts ni viven en una realidad paralela.
Ojalá algún día pueda volver en familia. Estoy convencida de que la mejor manera de aprender es siempre viajando.
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