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Elite

Voy a cumplir diez años y Chile y una de los temas que más odio es el que tiene que ver con la educación de elite. Los colegios de elite. Los ránkings de elite. Esos que supuestamente te van a abrir puertas el día de mañana y por eso justifican el estrés a partir de los tres años.


Al principio me parecía estúpido. Pensaba que todos estaban locos, que solo una mamá enferma podía someter a un niño a exámenes de admisión. Hasta que entendí que así eran las cosas y, casi sin darme cuenta, me lo creí.


Entonces metí a mis hijas en un colegio de elite. Primero a la mayor, después a la más chica.


Desde el día uno supe que sería un suplicio. No había dejado los pañales y eso era un problema. Comía la colación de sus compañeros y eso era muy grave. Y tampoco podía patear la pelota hacia un punto fijo. Atroz gaiaaa.


Los años fueron pasando y mientras una brillaba académicamente la otra padecía cada ramo. Así que el staff se empezó a agrandar. Primero neurólogo, psiquiatra, terapeuta ocupacional, psicopedagoga, psicóloga, maestra particular de inglés, terapeuta floral... Todavía no entiendo cómo hicimos para no endeudarnos y mantener el circo a flote.


Todo era absurdo. Gastábamos casi tres colegiaturas y las notas no eran nada espectaculares. Pero lo peor era que nunca alcanzábamos la zanahoria. Siempre había un nuevo tip buenísimo (y carísimo) o un tratamiento que debíamos probar. Hicimos todo. Todo al pie de la letra para ayudarla, y nos olvidamos de lo más importante. Su autoestima estaba deshecha. Socialmente era señalada por las típicas populares (que todos sabemos que serán las fracasadas del mañana), y se sentía tonta. Se apagó. Era como un robotito que iba de una terapia a la otra.


Me acuerdo perfecto el día en el que dijimos ¡basta!


Fue después de una reunión tan violenta que no puedo olvidar aunque lo he intentado millones de veces. Ahí empezamos a buscar una alternativa, por fuera de los llamados colegios de elite, y encontramos un lugar que nos recibió como familia con los brazos abiertos. Un colegio común. Bilingüe, con un máximo de 20 niños por curso, muy tranquilo, y con un proyecto educativo tan simple como vanguardista: no hay preguntas tontas, y todo el mundo se puede equivocar.


La decisión fue sumamente triste, porque separar a las hermanas igual es duro y sobre todo cuando los apoderados se han transformado en familia... pero una de las mejores y más valientes que tomé en mi vida.


Lo primero que me gustaría contarles es que la autoestima sana mucho más rápido de lo que imaginamos. No había pasado ni un mes de clases y ella ya era pura luz. Sin terapias ni estrés adicional. Eso descomprimió también a la familia, que vivía en estado de alerta permanente. Los fines de semana empezaron a ser entretenidos y no una guerra. Todo fluyó desde el comienzo.


Hoy tengo dos hijas felices en colegios distintos. Una que quiere ser médica o abogada y otra que quiere ser youtuber, diseñadora de modas o arquitecta. Ni idea qué les deparará el futuro porque todavía faltan muchos años, y probablemente en ese momento existan profesiones o necesidades que ahora ni siquiera imaginamos.


Pero de algo estoy segura. Elite es una marca de papel. Sirve para el baño, para la cocina; no para la vida. Cuando una pierde el miedo a salir de la burbuja, gana la familia entera.







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