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People detox: menos es más


Los amigos son como las carteras. En un momento tienes miles. De todas las formas y colores. Siempre hay espacio para una más, sobre todo si es la que está de moda. La que todos quieren. La `it friend´.


Pero a medida que pasa el tiempo nos damos cuenta que en realidad no solamente no hacen falta tantas, sino que algunas no tienen nada que ver con nosotras. Son otra onda. Tal vez funcionaban hace unos años, pero ya no más.


En eso estoy. Depurando el clóset y el alma. Sacando mochilas, morrales y bolsos que ya no necesito y también personas que en su minuto fueron parte de mi día a día pero ahora no suman.


Sobre todo cuando somos más jóvenes, creemos que la clave está en agradarles a todos. Y la verdad es que cuando te cambias de país y te encuentras con 30, 35 años sin conocer a nadie, no te queda otra que poner en práctica la simpatía. Pero una cosa es sumar afectos, redes de apoyo... y otra es hacer amigos.


Siempre fui una persona sociable. Y creo que ahora simplemente me cansé. Aprendí -con dolor- que no todos los que se te acercan lo hacen de manera genuina. El mundo está lleno de hipócritas y algunos se disfrazan de amigos. Como cuando éramos chicos.


Siempre está la que se hace amiga del chico que te gusta pero en realidad no es más que la reina del lleva y trae, la que te promete que te va a incluir en todo pero es la primera en dejarte afuera, la que se acerca solo para el trabajo en grupo de lenguaje o historia porque sabe que se sacará buena nota (en matemática yo nunca tuve amigos)...


La cosa no cambia mucho cuando crecemos. Amigas para celebrar siempre sobran. Es algo que a veces me gustaría decirles a las más jóvenes. Ahorrarles la decepción. Pero es imposible, hay que tomar palco y esperar a que decante. Que cada una haga su propio people detox.


Por lo pronto, he decidido de manera consciente que no quiero fingir cariño ni un solo día.


Cuando alguien te caga y no se disculpa, chau. Cuando no te perdonan un exabrupto, chau. Cuando te mienten y la explicación no te convence, chau. Cuando no te consideran, directamente chau. Cuando juegan con tu tiempo, chau. Cuando hacen sufrir a un hijo, doble o triple chau.


Todos nos equivocamos, obvio, pero qué hacemos después de equivocarnos para mí marca la diferencia entre quién vale la pena y quién no.


Mi aprendizaje este último tiempo tiene que ver con aplicar la misma regla para todo. Muy a lo Marie Kondo. Me quedo con la gente que me hace feliz. Y con las carteras que me sirven para todo. Pocas, pero buenas.




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