El otro día una amiga de esas que primero hablan y después piensan lo que dicen, me acusó (mirándome fijamente) de ser la mujer más arrugada de todo chile. Y la única sin Botox.
Y aunque me han dicho cosas más bonitas, encontré que si bien obviamente su comentario era exagerado, tenía bastante de verdad. Todo el mundo se está poniendo Botox. Lo venden hasta por Groupon. Las chicas de veinte años, las de treinta, la gran mayoría de mis amigas, y hasta las de mi mamá. Las que tienen bruxismo, las que sufren de cefaleas… toda excusa es buena para estirarse un poquito.
Me recomendaron ir donde una oculoplástica. Y eso me sonó bien. Estoy cansada. Me veo cansada. Y los oculoplásticos son oftalmólogos especializados en estética. Los que hacen reconstrucciones, cirugías complejas... Una consulta, además, no le hace mal a nadie.
Así llegué a la clínica Thea, de la Dra. Jocelyn Kohn, que es médico de la Chile y terminó su formación en UCLA. El lugar es nuevo y la primera impresión fue buena. En la sala de espera no había nadie con la cara planchada. Me encontré con un señor de la edad de mi papá que tenía unos parches, una niñita que venía con su mamá a un control post quirúrgico y nadie conocido. No hay que sacar número ni esconderse detrás de una revista. El concepto clínica boutique creo que es el que mejor representa el lugar.
Cuando pasé a la consulta le conté todas mis aprehensiones. Que me veo cansada, que mi frente más que líneas de expresión tiene autopistas y parece google map, pero que prefiero eso antes que quedar con cara de ardilla sorprendida, y que no estoy ni ahí con las cirugías.
Ella me escuchó atentamente, sin decir ni una palabra. Yo la miraba, y lo primero que noté es que su cara tenía expresión. Sus cejas se movían, su frente también. Eso me tranquilizó.
Me pasó un espejo gigante y me dijo que efectivamente mis líneas estaban profundas, y que eso, sumado a las ojeras, era lo que le daba a mi cara sensación de cansancio.
Entonces volvimos a hablar de mis miedos. Nombramos ejemplos de gente que se ve ridícula, pacientes que parecen operadas en serie, mujeres hermosas que ahora se ven chistosas, y un sinfín de situaciones que realmente me desagradan. Pero su respuesta fue contundente. Primero me mostró una presentación académica sobre sus trabajos, y después me dijo la frase que finalmente me convenció: “Va a durar un tiempo y después va a volver a lo que tu eras antes. Si no te sentiste cómoda, no lo repites”. Y me acordé de lo que me pasó cuando decidí cambiarme el color del pelo sin pensarlo demasiado. ¿Qué tan grave? Si no me gusta, se va. Así que llegamos a un acuerdo: la menor cantidad de pinchazos y producto diluido con suero para un efecto soft.
Se demoró unos pocos minutos y al cabo de cinco días la verdad es que siento que estoy igual (sólo trabajó en la frente. Ni en los ojos ni en ninguna otra área), pero las arrugas están más suaves. Ya no son autopistas sino callecitas, y me siento OK con eso.
La especialidad de la clínica Thea no es el Botox, y eso es parte fundamental de esta experiencia. Sentí que estaba en las mejores manos. Que no me estaban vendiendo juventud eterna sino una mejor versión de mi, y que si no me gustaba podía volver a ser la misma yo de la semana pasada. Si el día de mañana necesito que me corten los párpados por cualquier motivo (clínico o estético), confiaría 100% en su criterio.
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