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Drogada sin querer

Jueves 22 horas. Llegué muerta de la inauguración de Taconeras. No quería ir, pero me sentí obligada así que invité a Sol, que va a cumplir 14 y ama estos planes de madre e hija.


La otra mitad de la familia dormía, quise agarrar un cigarrillo suelto que había dejado en la cartera y encontré dos pastillas blancas, redondas y chiquitas. Leí rivotril (en Argentina es con i y siempre le pido a mi mamá que me deje algunos de souvenir cuando viene de visita) y me tomé uno sin agua. Claramente estaba estresada. Se venía una reesrtucturación en el trabajo y me costaba dormir.


A las doce de la noche el sueño aún no llegaba, y ya a la una el corazón me empezó a latir con fuerza. A las dos pensé que se me iba a salir por la boca, tenía taquicardia y claramente no me había relajado, sino que estaba como en estado de alerta. Empecé a recordar los nombres de todos los nuevos compañeros de colegio de Malena, y los ordené alfabéticamente en mi mente. Después hice una lista de tareas pendientes y me levanté como mil veces a hacer pis. Mil quinientas tal vez. Pensé que me estaba muriendo.


A las tres de la mañana estaba segura de que algo no andaba bien. Supuse que el remedio podía estar vencido, y volví a buscar la otra pastilla que todavía estaba en la cartera. Entonces leí clarito: Ritalín 5mg efecto prolongado


Había tomado la pastilla equivocada. Seguro había quedado olvidada en la cartera de cuando Male iba a un colegio que pretendía tenerla drogada, quieta y muda, y nunca me di cuenta.


Moraleja: tiren o donen los remedios que ya no ocupan. Yo viví una pesadilla. Estuve 36 horas sin dormir, hiperventilada. Llamé a la psiquiatra de Male al alba y después de un ataque de risa me dijo que todo volvería a la normalidad al final del día. Dicho y hecho. No descansé, no me tranquilicé, pero tampoco me morí. Tengo que abandonar el hábito de la automedicación.


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