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Marzofobia

Termina febrero y como por arte de magia tu ánimo se transforma. La panza se aprieta y lo único que quieres es despertar en diciembre, cuando todo haya pasado. De solo pensar en uniformes, útiles y exámenes te da una jaqueca de esas que se transforman en ganas de vomitar.


No sé si alguna vez les pasó, pero yo fui marzofóbica.


Obviamente no es un término médico sino que acabo de inventarlo para definir ese estrés invalidante que sentí durante tantos marzos seguidos. Cuando tienes un hijo que no encaja en el sistema tradicional porque es más curioso, o más inquieto, o más inmaduro, o más lento, o más verborrágico, lo único que realmente deseas es que el año pase lo más rápido posible, y con la menor cantidad de consecuencias.


Yo me demoré mucho en asumir que la única opción de sanar era cambiar de ambiente (de colegio), y desde que lo hice -el año pasado- me transformé involuntariamente en consejera de otras familias que lo pasan pésimo. Claramente yo no era la única ni seré la última. Pero como estoy rehabilitada, imagino que repasar mi camino hacia una escolaridad feliz puede ayudar a más de uno. Así que aquí va mi aprendizaje.


Decidir sacar a un niño de un buen colegio nunca es una decisión gratuita. Porque a pesar de todo lo malo que nos llevó a tomar ese camino, obviamente hay cosas que se extrañan. Compañeras que eran un siete, coapoderados que se volvieron amigos, y algún profesor de esos que realmente marcan la diferencia.


Pero es mucho más lo que hemos ganado de lo que echamos de menos.


Mi hija dejó de sentirse buena para nada. Recuperó su autoestima en menos de un mes de clases, y a las buenas amigas del anterior colegio aún las conserva. Las ve menos, y se llevan mejor.


Salió ganando, y todos ganamos con ella porque la tranquilidad de saber que no te van a citar día por medio para decirte que necesita esto y aquello (porque no es esto O aquello. Es esto Y aquello Y aquello Y aquello Y también aquello otro) descomprimió el clima familiar que se había vuelto hostil.


También ayudó dejar de ver a ciertas personas. Compañeras que son capaces de abrir una ventana y decirte: "Si tanto dices que te quieres matar por qué no te tiras", o burlarse de quien no tiene papá. Ojo que el bullying a veces se disfraza de alumno mateo y bien portado...


¿Cómo sabes si el nuevo colegio será mejor? La verdad es que no lo sabes. Pero cuando la guata te dice que el actual no es el indicado, es un riesgo que recomiendo correr. Lamentablemente, la única forma es probar. Es cierto que no todos los niños son para todos los colegios y así como a mí me fue bien con el primer cambio, conozco gente que recién le achuntó a la segunda.


Es cansador, es frustrante, es triste, pero no tenemos la bola de cristal y obvio que el plan puede fallar. Somos mamás, y somos falibles.


Es lógico que marzo te ponga un poco nerviosa. Pero la marzofobia es otra cosa. Es ese pánico que no te deja dormir. Es esa sensación de que vas a dejar a tu hijo en un lugar donde no lo pasará bien, y donde probablemente terminen por anularlo. Es rogar que por favor no le toque la profesora que todos dicen que no tiene paciencia y rezar que no lo tomen de punto porque no es bueno con la pelota, o con el ukelele, o con lo que sea.


Si se sienten identificadas, si marzofofia es el nombre de eso que sentían pero no sabían cómo llamarlo, mi mejor consejo es que se hagan cargo, porque tiene solución.






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