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Juicio a la cosmética antiedad

No me gusta hablar de productos ageless ni de antiarrugas. Es más, creo que es hora de que la industria asuma que las consumidoras ya no nos creemos el cuento. Las cremas no hacen magia. No borran arrugas ni quitan años.


Me sorprende que así como existen leyes para el rotulado de alimentos en ningún país del mundo exista algo similar. Tanto laboratorio trucho prometiendo milagros embotellados...


Tuve la oportunidad y el privilegio de visitar tres de los más importantes centros de desarrollo y producción de la industria. El de Procter & Gamble en Cincinnati (fui dos veces), el de L`Oréal en las afueras de París, y el de Natura en San Pablo.


Los tres sos bien distintos, pero en cada uno pude comprobar personalmente la cantidad de investigación que hay detrás de cada producto. Años de trabajo, miles de patentes registradas, pruebas y contrapruebas. Cuando un producto dice, por ejemplo, que promete X cosa en XX tiempo, es porque se comprobó y se certificó. No me lo contaron; yo lo ví.


Por eso me parece que es tiempo de repensar las palabras que se ocupan para vender. Cuando en una perfumería, duty free o farmacia alguien me ofrece una crema antiarrugas me dan ganas de sentarme a explicarle al vendedor de turno que eso no existe... Lo mismo cuando recibo un catálogo que promociona soluciones ageless. ¡Atinen!


Para mí lo más importante a la hora de elegir una marca es la confianza que me genera. Si desconfío, directamente lo descarto. Si promete boludeces, no soy target.


Es tiempo de sincerar las expectativas. Y también de asumir que cada vez somos más las mujeres que buscamos que nos ayuden a envejecer mejor, y no a borrar años.



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