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Libre de culpa en Bangkok

Actualizado: 14 jun 2018

Ocho días fuera de casa y del otro lado del mundo. La invitación era absolutamente tentadora e imposible de rechazar. Una semana en Tailandia para conocer la fábrica de Pandora, alojar en el mejor hotel del país, tomar clases de cocina Thai en un restorán premiado por la guía Michelin, y pasear por los templos y mercados para conocer la cultura del lugar. ¿Que podría truncar la experiencia? La culpa, esa sensación odiosa que nos carcome, sobre todo a quienes estamos acostumbrados a no estar tan presentes en el día a día.


Pero, resulta que ahora sí estoy presente. Al menos un poco más que antes. Y si a eso le sumamos que una de mis hijas básicamente viene a comer y a dormir (teen style), la poca culpa que me queda se reduce a la mitad. Soy una graduada en culpa. La superé.


Así que partí, en un vuelo business vía Amsterdam, y disfruté de una de las semanas más entretenidas de mis 19 años de trabajo.


La agenda fue perfecta. La clase de cocina en el Blue Elephant incluyó un concurso de comida Thai que gané milagrosamente (hice spring rolls y pad thai), también visitamos la casa museo de Jim Thompson, el estadounidense que se enamoró del país y montó desde allí su imperio de seda, y aluciné con los templos. Visité primero el del Buda Recostado y después el Palacio Real, donde tuve que pelear con los guardias que insistían en que mi túnica maravillosa (que llevé especialmente) era transparente y por eso me obligaron a ponerme un pantalón asqueroso (los venden en la puerta y no son caros pero sí antiestéticos e infotografiables).


Por suerte, tenía en la mochila uno que había comprado el día anterior en Uniqlo y zafé con ese. Pero odié al guardia porque me arruinó el look...


La fábrica de Pandora me dejó sin palabras. Gigante, blanca, futurista. Allí trabajan 13 mil personas bajo políticas de estricto cuidado del medio ambiente, las mujeres tienen beneficios adicionales de pre y post natal y por eso menos del 4% de los empleados renuncia. Hasta tuve oportunidad de hacer un charm! La motricidad fina no es lo mío pero igual aperré, y fue una súper experiencia. Me sorprendió que nuestra anfitriona fue una mujer trans, que no habló de inclusión en la compañía pero tampoco hizo falta. Cuando una epresa practica lo que predica las palabras sobran.


Lo único que odié del viaje fue el clima. Más húmedo que el de Buenos Aires en un día lluvioso de enero. Frizz inmanejable y ropa pegoteada. Asco. Y los gritos. Los tailandeses hablan gritando y te perforan el tímpano. Y en el transporte público (bote, tren) usan un silbato todo el tiempo. Tocan el pito como si fueran pibes en un cumpleaños. No entiendo cómo no quedé sorda.


Eso pensaba hasta que llegué a casa y aparecieron las niñitas... y ahora creo que son tailandesas. O al menos tienen el mismo timbre de voz. Menos mal q no andan con silbato.





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